Mi madre fue siempre muy golosa. Desde que tengo memoria la recuerdo cada noche ,saboreando un trocito de chocolate, su dulce preferido. Su día era intenso, siempre estaba haciendo cosas, jamas descansaba. Recuerdo que de niña pensaba como podía hacer tantas cosas sin cansarse, sin decir basta . No tenia nunca un tiempo para ella excepto por ese ratito mágico que se tomaba por la noche antes de irse a dormir. Se sentaba en un sillón y
tomaba un chocolate pequeño. Mientras lo iba saboreando cerraba los ojos y yo me imaginaba que soñaba con otra vida, tal vez mas feliz. No lo se , jamas lo supe
mi madre no se quejaba, pero yo intuía que en ese mágico momento de la noche mi madre imaginaba otra realidad.
Esa costumbre era tan de ella que en cierto modo la definía dulce, tranquila, silenciosa, reconfortable para el alma. Nunca olvidare el recuerdo de esa imagen y el sonido del papel del chocolate que mi madre habría cada noche,todas las noches.
Las pocas veces que la vi enferma, no solo me daba cuenta por su rostro o la
preocupación de mi padre, sino porque no
comía ese trocito de chocolate. Ese era para mi el principal indicio de que no estaba bien.
El mejor regalo que se le podía hacer era por supuesto, un chocolate y lo ,mas bello era que también le gustaba compartido conmigo. Llego un momento en que mas allá de un habito propio de mi madre, se había convertido en un encuentro entre
ambas. Entre bocado y bocado , nos contabamos nuestras vidas nuestras realidades.
El tiempo paso, yo hice mi vida, tuve mi hogar ,mis hijos y mi madre siguio con su vida y su rutina de color marrón y sabor dulce.
Mi madre envejeció y comenzó a marchitarse, no por los años sino porque su salud se fue deteriorando. Hice todo lo que pude siempre, me resistía a llevarla a otro lugar, a obligarla a abandonar su hogar, así
como la memoria y la salud la iban abandonado a ella. Llego un momento en que yo no podía abandonar por completo mi hogar y nunca encontrar alguien que la cuidase como ella merecía ser cuidada. Y entonces la tuve que llevar a una casa de reposo, donde la atendían las veinticuatro horas y estaban pendientes de todo. No me gusto hacerlo, sentí que le fallaba que la traicionaba pero a veces muchas en realidad uno no hace lo que quiere, sino lo que la situación obliga a hacer.
Todos los días iba a visitarla y no faltaba en mi bolsillo un chocolate para ir a verla, se lo dejaba para mas tarde. Cuando se sentía con ganas de charlar, era para mi una fiesta compartir ese momento en el que parecía que el tiempo no había pasado y que ella seguía en su sillón de siempre.
Pero así como los chocolates se derriten, ••••••••se terminan o se ponen viejitos , la vida de una persona también se va apagando,
Para mi también habían pasado los años y si bien es cierto que uno va perdiendo cosas con ellos, también lo es que se ganan otras ,el valorar lo que se tiene y se ha tenido, el atesorar los momentos como si fuesen los últimos y el saber que porque todo o casi todo tiene un fin , hay que disfrutarlo. Un día como tantos llegue, le di un beso,me senté a su lado y le pregunte si quería un trocito de chocolates
No gracias contesto sin mirarme y supe, sentí que ya no habría retorno.
Su salud era cada vez mas precaria, como
inoxidable su final.
No me resigne, cada día cuando iba a visitarla, le ofrecía chocolate, ya casi no se daba cuenta de ese mimo, de ese gesto de amor que significaba esa golosina, pero ella merecia que yo se lo siguiera ofreciendo.
Era como un homenaje a tantos años de dulce compañía que ella me había dado.
Otro día uno especial me sorprendió pues
me contesto que si yo lo saboreo con los ojos cerrados como hacia cuando era joven, y lo compartimos conversando felices como tantas otras veces.
Me fui muy feliz y ese fue el ultimo día que la vi con vida.
Mi madre murió al día siguiente y no pude
despedirme, o en realidad si. Hoy creo que
ella volvió a conectarse conmigo ese día para decirme adiós a nuestra manera y a su modo ,un modo dulce y tranquilo. Hoy soy yo la que todos los días come un trocito de chocolates También cierro los ojos y no imagino otra vida, imagino a mi madre
acompañandome y conpartiéndo conmigo
este hermoso ritual de amor,
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